del Diario del Alto Aragon.....

Nuestra Señora de Miramonte, en Ardisa






Por Santiago BROTO APARICIO

En artículo anterior tratamos sobre las características históricas y familias Infanzonas que, en el tiempo, residieron en el lugar de Ardisa, sito en la cuenca media del Gállego, en el límite de las provincias de Zaragoza y Huesca, junto al embalse, cuya presa fue terminada en el año de 1932, levantada en tierras de este municipio y el limítrofe de Biscarrués, para derivar aguas al Canal de Monegros. Campos de cereal, lomas verdes con intensos aromas de pinos, y entre álamos, cañaveras y mimbrales, las aquietadas aguas del Gállego refulgen al sol vertical del mediodía. En un altozano, tiene su santuario la Virgen romera de Miramonte, con campana que llama a la oración unas veces, y otras anunciadora de tormentas o peligros, otorgadora de lluvias, protectora de parturientas, patrona y abogada de quien la inplore. Virgen majestuosa, sentada, viendo pasar los siglos al amor de la fe y la devoción de estas abnegadas gentes aragonesas.

El espacio disponible no nos permitió entonces ocupamos de esta singular Ermita, situada en los collados de Miramonte, cuyo cuidado y mantenimiento corresponde a la parroquia de Ardisa. La versión legendaria sobre el hallazgo de la sagrada imagen de Nuestra Señora, refiere que, en el siglo IX, un joven pastorcillo que cuidaba ganados que pastaban por estas tierras, advirtió, sorprendido, las frecuentes y solitarias visitas que una de sus cabras realizaba, diariamente, al interior de una cueva de las proximidades; y movido de su curiosidad por tan repetida y extraña visita, decidió en una ocasión seguirle, quedando asombrado al encontrar, en lo profundo de aquel oscuro recinto, una campana y una imagen de la Virgen, sin duda, allí depositadas para librarlas de su destrucción por parte de los sarracenos, que dominaban la comarca desde el siglo VIII, ocultándolos hasta que pudieran ser mostrarlos en su Santuario, próximo a aquella hendidura. Dicha cueva situada al Norte del citado Monte-, según la inicial versión, tenía treinta palmos de larga y cuatro de altura, aunque, por los sucesivos desprendimientos del terreno ha quedado posteriormente casi cegada, aunque aún puede conocerse, con toda exactitud, donde se halla.

Refería el Padre Faci, en su obra editada en 1739, “que en los términos de Murillo de Gállego y entre este río y el de Subien, hay una admirable colina llamada Miramonte que está murada y tiene una sola puerta al Oriente, por lo que se roce haber sido castillo, -hoy la muralla está totalmente destruida-, siendo la iglesia allí existente parroquial de los pueblos cercanos; tiene dicha loma en elevación como una milla, su longitud será de doscientos pasos y su latitud de ciento cincuenta; por todas partes se muró este ámbito y en su centro se venera la antigua y milagrosa imagen de Nuestra Señora de Miramonte, en su casa o iglesia, que tiene ochenta y cuatro palmos de longitud y cuarenta y dos de latitud. Dista de la villa de Murillo tres leguas, siendo los parroquianos de este templo las Casas de Esper, pueblo de ocho casas, distante como media legua, y el lugar llamado Sierra de los Blancos, de cinco casas, sito a algo más de media legua; antiguamente había otro lugar llamado Isarre, a medio cuarto de legua, que quedó destruido hace siglos, por la peste, y olvidado de los hombres”.

Briz Martínez, citaba entre los templos dependientes del Monasterio de San Juan de la Peña el de San Sebastián, del lugar de Miramonte, añadiendo que éste estaba despoblado por el año de 1625 y que habiendo pertenecido a la diócesis de Huesca, era últimamente: de la de Pamplona. Ignacio de Asso, en su obra titulada Historia de la Economía Política de Aragón, publicada en Zaragoza en 1798, indica que con el nombre de Miramont había, en el término de Murillo de Gállego, un cerro así llamado, en el que se veían muchos vestigios de población.

Cuentan los viejos cronicones que en el año 1084, reinando en el pequeño territorio de Aragón el monarca Sancho Ramírez, llegóse a esta loma o corona conocida con el justo nombre de Miramonte, -pués desde su punto más álgido se domina un dilatado panorama- con parte de su ejército, al encuentro de unas familias cristianas allí congregadas, al frente de las cuales figuraban dos nobles capitanes, llamados Jaime y Guillermo Dieste, naturales de la Villa de Ayerbe, que le ofrecieron su ayuda y participación, en su próxima batalla contra los moros, que ocupaban el lugar de Piedratajada, la cual tuvo lugar el 25 de diciembre de aquél año, festividad del nacimiento de Nuestro Señor, en la partida o llano denominado Montoral, a una legua y media de allí, habiendo efectuado, antes de entrar en liza, solemne voto de que si alcanzaban la victoria en tan desigual combate, librado con un número muy superior de enemigos, -los relatos hablan de varios millares-, fundarían allí, bajo el patrocinio de Nuestra Señora, una Cofradía de hidalgos.

Como el triunfo correspondió a las fuerzas cristianas aragonesas, que lo atribuyeron a la protección divina, dieron pronto cumplimiento a su voto, constituyendo en 1085 la noble Cofradía de Nuestra Señora de Miramonte, que estuvo compuesta, según los primitivos Estatutos, de treinta hidalgos seglares y seis sacerdotes, siendo uno de sus primeros acuerdos el de crear un rebaño de cabras, que recordara aquél que protagonizó el hallazgo de la Santa Imagen, cuya utilidad fuera destinada a sufragar el culto de Nuestra Señora, rebaño que se conservó hasta el año de 1693. Los socios de aquella Cofradía, a quienes se exigía la condición de hijosdalgo o Infazones para ingresar en ella, se sirvieron en ocasiones de sus libros para acreditar la nobleza de sus antepasados o para que se les respetaran sus privilegios y exenciones, y si bien los primitivos registros desaparecieron, en 1735 -como acredita el Padre Faci- aún se conservaban los iniciados en 1519. Los cofrades de la de Nuestra Señora de Miramonte gozaban de muchas indulgencias, las cuales confirmó y amplió S.S. Inocencio XII, en documento expedido en 30 de julio de 1692, concediendo las acostumbradas en los casos de su ingreso y muerte, y otras por la asistencia a los actos litúrgicos en los días de la Anunciación y Asunción de la Virgen y segundo de Pascua de Pentecostés, el primero y último, como antes hemos dicho, en los que se celebraba la romería del pueblo de Ardisa. De dicha antigua, noble y famosa Cofradía, decía con pesar Francisco Villacampa, en 1913, ahora solo resta un recuerdo en las páginas de la historia...

El santuario de Miramonte es muy capaz -refería el mismo autor-, está cubierto de bóveda de antigua forma y tiene coro espacioso en la planta baja. Cuatro altares le decoran: el mayor dedicado a Nuestra Señora, con varios relieves en los que se ven reproducidas la campana, el pastor y la cabra, rememorando las circunstancias de su hallazgo; el retablo está pintado en su fondo con adornos dorados y la imagen de la Virgen, sedente, que es escultura de madera, mide como un metro de altura y presenta su rostro moreno y el cabello dorado; tiene en sus brazos, en medio del pecho, al Niño Jesús, que apoya su pie siniestro en la mano izquierda de aquella. Decoran los lados de su camarín, dos ángeles y en el ático destaca la estatua de San Juan, que da testimonio, dicen, de haber pertenecido este templo al Monasterio de San Juan de la Peña, durante algunos siglos. Los altares de los costados están dedicados, el del lado del Evangelio a la Virgen de la Esperanza, realizado en una pintura, sin gran mérito, sobre el propio muro; y los dos de la Epístola, bajo la advocación de los Santos Ginés y Juan, cuyos retablos e imágenes, de bulto, deben ser, por sus características, de los primitivos del templo. La vieja campana que ya en 1725 tenía su leyenda indescifrable, por su antigüedad y uso, parece ser que, sufrió roturas y fue de nuevo fundida, conservando el mismo metal, siendo su peso actual de unas ocho arrobas.

Sus antiguos parroquianos, residentes en las Casas de Esper y Sierra de los Blancos, celebraban su fiesta principal el día de la Ascensión del Señor, repitiéndola, con gran solemnidad y concurrencia, el 8 de septiembre, fecha ésta en la que se unían en romería los vecinos de Biscarrués, Ardisa, Ballestar, Puendeluna, Piedratajada, Valpalmas, Marracos, Lacorvilla y Sierra de Luna. Los de la Villa de Murillo y lugar de Santa Eulalia de Gállego, acudían procesionalmente a este Santuario el día 9 de mayo, como también en otras fechas, lo hacían los de Puendeluna y Piedratajada. Actualmente la asistencia ha quedado reducida al día 25 de marzo y al segundo de la Pascua de Pentencostés, en que el lugar de Ardisa celebra allí las festividades.

Es esta Santa Imagen -relataba el Padre Faci- el asilo de todo aquel país, y siempre que sus campos se ven necesitados del beneficio de la lluvia, así como en toda clase de calamidades públicas, acuden a ella a implorar su ayuda. Se cita como hecho destacado, lo ocurrido en 1687 en que la comarca estaba invadida por una plaga de langosta que devastaba sus campos, y con el auxilio de la Virgen, a la que rogaron fervorosamente, pronto se vieron libres de ella. En tiempos de aquel autor, a mediados del siglo XVIII, colgaban de las paredes del templo muchos exvotos o presentallas, de las que citaba dos ofrecidas por Cecilia y Quiteria Marco, de las Casas de Esper, agradecidas a su curación, que estimaban milagrosa, y a la de un hijo de la primera llamado Andrés Alastruey, después de haber sido desahuciados totalmente por los médicos; y lo mismo Leticia Torralba, tía de aquellas, de la Sierra de los Blancos, que ofreció en agradecimiento de haber recuperado la salud, las coronas de plata que ostentaban la Virgen y el Niño.

DOCUMENTACION:
Faci, R. A.-Aragón, Reyno de Cristo y dote de María Santísima.- Zaragoza,1739.

Villacampa, F. Relato histórico del Santuario de Miramonte en Ardisa (Zaragoza).- Huesca,1913.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Historia de Puendeluna

La leyenda de la Virgen de Miramonte